La violencia hacia las mujeres: un asunto de control y de poder

En un reciente foro de la OECD, su Secretario General Ángel Gurría, afirmó que la inclusión de las mujeres en la economía y en crecimiento económico, van de la mano y que para lograr la igualdad de género hay que enfrentar nuevos y viejos retos estructurales, siendo el principal “las normas profundamente enraizadas que determinan la distribución del poder entre hombres y mujeres”. ¿A qué normas se refiere? La recientemente designada jefa del Consejo de Políticas de Género de la Casa Blanca, Julissa Reynoso, identificó al menos dos, las labores de cuidado que realizamos principalmente las mujeres y la violencia hacia las mujeres basada en su género, tanto en el espacio doméstico como en el público. ¿En qué medida afecta la violencia de género hacia las mujeres al crecimiento económico? ¿Y el acceso al poder político? ¿Y por qué se habla de normas “estructurales”?

No es un secreto que las mujeres en posiciones de liderazgo están sujetas al escrutinio meticuloso de su físico. Es el medio de lo mayoritariamente masculino, donde reinan el sexismo y la violencia de género que permanecen ocultas bajo comportamientos socialmente normalizados que por siglos han servido de contención a las aspiraciones de las mujeres de ocupar posiciones de poder. Las que se arriesgan a hacerlo y compiten en elecciones y ganan o ascienden a cargos ejecutivos, deben asumir otro riesgo: no solo de que su gestión sea evaluada con lupa y se magnifique cualquier error, sino que estén expuestas a acoso y comentarios descalificadores o sexistas a lo largo de su carrera, donde los obstáculos toman la forma de ser asignadas a posiciones secundarias, bajo la dirección de un hombre a pesar de tener las capacidades para asumir responsabilidades de mando o de sufrir acoso de los mismos sobre quienes recae que su carrera política avance o se estanque.

Créditos: Cadena SER

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El acoso es a veces tan sutil que es casi imposible de denunciar, puede ser el gesto repetitivo de una mano sobre el hombro de manera condescendiente, señalamientos constantes sobre sus atributos físicos o avances sexuales más explícitos, que las mujeres tratan de sortear en silencio o que las empujan a abandonar sus aspiraciones para evadir la situación de agresión. Y esa violencia no solo ocurre en el espacio físico, también en Internet, dejando claro a las mujeres que ni el espacio público ni el poder son para ellas, que no valen, que no cumplen con las condiciones para ocuparlo, que no son necesarias pues para el líder masculino su lema es: “Solo yo puedo resolver este problema y puedo porque soy hombre”. El resultado es que las agresiones terminan por hacerlas abandonar tarde o temprano la actividad política alejándolas de la posibilidad de ejercer cargos de gobierno. Las que resisten, lo hacen a costa de un enorme sacrificio. O lo logran porque las instituciones han establecido protocolos que las protegen o las respaldan en alguna medida. O porque tienen un círculo de apoyo muy sólido.

Para una mujer que quiere llegar al poder debido a su empeño de contribuir a resolver los problemas de su comunidad o para aportar nuevos valores a la convivencia, el acoso es un disuasivo. Pongámoslo así: la agresión es el disuasivo que existe para las que se atreven a cruzar un umbral que no les está destinado, a menos que sea por herencia, como cuando la esposa hereda la empresa o la hija, el trono. La que quiera vivir segura, que regrese a su casa. ¡Ah! Pero es que en el espacio doméstico también pueden ser víctimas de violencia de género. No hay espacios cien por ciento seguros para nosotras. ¿Le parece que esto es una exageración? La OMS acaba de publicar un informe según el cual 1 de cada 3 mujeres a nivel global ha experimentado violencia sexual. De igual manera, 1 de cada 4 jóvenes en una relación de pareja, habrá sido víctima de violencia sexual por parte de su pareja antes de cumplir 25 años, considerando la violencia hacia las mujeres como endémica en todos los países y culturas, y que ha causado daño a millones de mujeres y a sus familias.

Justo ahora cuando salen a la luz pública, como una avalancha, denuncias de acoso o de violaciones cometidas hacia mujeres venezolanas, que difunden en un nuevo #MeToo local bajo el #YoSiTeCreo, no podemos dejar de sentir una enorme indignación y al mismo tiempo un cierto alivio de que esté saliendo a la luz el dolor de tantas mujeres que, haciendo acopio de fortaleza y sobrepasando la vergüenza y la culpa que seguro las ha acompañado hasta ahora hayan decidido compartir públicamente sus testimonios. Esas violencias serían evitables si se escucharan las voces de las mujeres, si no se negara o minimizara la gravedad del problema.

Es necesario dejar de hablar de la violación como un acto perpetrado por un individuo con problemas. No, se trata de un “crimen de odio” (ONU), relacionado con el ejercicio y la distribución del poder en nuestras sociedades, que tiene profundas raíces y que solo se puede contrarrestar con profundos cambios culturales y con políticas públicas.

Mientras más niñas y mujeres vivan libres de acoso y violencia, en mayor número habrá quienes asuman roles en el espacio público, contribuyendo a la producción, al conocimiento, a la creación y también a mejores gobiernos, como ha quedado de manifiesto en la forma efectiva en la que las jefas de gobierno en varios continentes han manejado la pandemia, mostrando un liderazgo no dominante, caracterizado por la empatía, la compasión, la curiosidad, la inclusión y la escucha a las necesidades y enfocada en los resultados. Esto no lo digo yo, lo dice Laura Liswood, del Consejo Mundial de Mujeres Líderes que reúne a mujeres jefas de Estados, quien además señala que las líderes suelen tener más preocupación por el impacto y la sostenibilidad de sus decisiones en las personas en lugar de en el mercado.

A sabiendas que en Venezuela no hay Estado de Derecho y que para fortalecer las instituciones de defensa de los derechos humanos de las mujeres a vivir una vida libre de violencia es necesario un sistema de justicia que defienda a la ciudadanía en lugar de perseguirla, a pesar de ello, las mujeres debemos seguir luchando por leyes nos defiendan, por la democracia y por la igualdad de las mujeres en la sociedad. También son necesarios los cambios culturales y sociales para que haya tolerancia cero hacia los comportamientos abusivos y sexistas que tanto y con tanta frecuencia nos afectan. Que ninguna violencia quede impune, que toda víctima de violencia encuentre justicia.

Natalia Brandler

Fundadora y presidenta de Asociación Cauce.

http://www.asociacioncauce.org
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