Elecciones 2021 en Perú : Los retos de las mujeres candidatas

Crédito: Ángela Ponce

Crédito: Ángela Ponce

Por: Gabriela Vargas G. /@Biarritz3

Latinoamérica se mueve. A pesar de la pandemia y para certeza de todos, se están celebrando los procesos electorales que permitan la alternancia pacífica del poder. Al mismo tiempo, y pese al grave retroceso que estamos viviendo las mujeres en nuestros derechos, se están materializando conquistas recientes, como lo es el incremento de nuestra participación política.

Ante el avance de la paridad política en el mundo, las candidatas van caminando en un terreno minado tradicionalmente ocupado por los hombres, hasta ahora. No sorprende entonces, todos los obstáculos que suelen enfrentar las mujeres cuando deciden formar parte de la vida pública, y más aún, de la política. No es gratuito que en muchos países, a la par que se legisla para garantizarnos cuotas o paridad en la representación política, también se está legislando en tipificar nuevos delitos como son el acoso político o violencia política de género.

Y es que, como ha sucedido en todos los ámbitos en los que irrumpimos por primera vez, las resistencias a nuestra presencia en ámbitos tradicionalmente ocupados por los varones generan amenazas que, desafortunadamente, se traducen en actos violentos que van desde las descalificaciones verbales o acoso, hasta poner en riesgo la vida e integridad de las mujeres, como ocurrió en Bolivia, Colombia y México, por citar algunos.

El caso de Perú es emblemático al respecto. Sus campañas electorales, que recién culminaron con la primera vuelta de las elecciones presidenciales el pasado 11 de abril, han arrojado muestras de lo complejo que resulta competir electoralmente para las mujeres, y más aún cuando está en juego la candidatura presidencial. De los seis candidatos más fuertes para esta investidura, dos mujeres destacaron en sus campañas.

Ambas fueron atacadas permanente y sistemáticamente por sus adversarios, y cuestionadas severamente ante la opinión pública, aunque por motivos muy distintos. En el caso de Keiko Fujimori, pesa el legado golpista y dictatorial de su padre, y las aún vigentes acusaciones de corrupción en su contra y de sus aliados políticos, que siguen presentes en el imaginario colectivo de la golpeada y polarizada sociedad peruana.

En el caso de la candidata de Juntos por el Perú, Verónika Mendoza, la situación es diferente. A pesar de su discurso por los derechos de las mujeres y de inclusión de la diversidad, y pese a que politólogos como Omar Awapara, y Gabriela Camacho, la ubicaron como promotora del balance entre poderes, respetuosa de la ley y las libertades fundamentales, no fue lo que más se permeó de su campaña.

Medios de comunicación y campañas

Es importante enfocarnos en cobertura que se da a las campañas de las mujeres, pues el rol de los medios de comunicación y de las redes sociales en estas coyunturas es fundamental para facilitar u obstaculizar, que más mujeres lleguen a estos espacios de decisión tan competidos. No sólo se trata de garantizar que tengan cuantitativamente una cobertura similar que los candidatos varones, sino que dicha cobertura se enfoque más en destacar sus plataformas, que en alusiones a su físico o vida privada, y mucho menos que alimente los prejuicios sociales en su contra, es decir, que reciban una cobertura con enfoque de género, que minimice la desventaja histórica con la que compiten en estos espacios.

En el caso de Verónika se orquestó una campaña de miedo en su contra. Se le asoció repetidamente con el Chavismo en Venezuela, a pesar del deslinde público y oportuno que hizo en su momento. También se dijo que endeudaría al país y que favorecería la inflación. Sin embargo, tras los debates televisivos despuntó su candidatura por su nivel de argumentación, lo que la apuntaló a la segunda vuelta, con el consecuente incremento a los ataques y denostaciones que se endurecieron particularmente en contra de ella, a pesar que eran dos candidatos ubicados en el espectro de izquierda del país: Pedro Castillo y Verónika.

A diferencia de los demás contendientes, la cobertura mediática de la que fue objeto esta candidata, se distinguió por un alto nivel de especialización de las preguntas respecto su programa de gobierno. De manera recurrente la prensa la confrontaba y argumentaba que no lo tenía “claro”, mientras a sus oponentes les hacían cuestionamientos menos rebuscados, que rayaban en la trivialidad en algunos casos.

Adicionalmente, los y las periodistas solían acompañar con juicios de valor sus intervenciones, tal como “el sector empresarial te teme, creen que podrías ser un demonio”. En entrevista con Jaime Chincha de RPP (ver video) admitió que le habían puesto el mote de “El cuco”, y columnistas como Aldo Mariátegui, calificaron el potencial voto a Verónika como “suicidadamente descerebrado”. Llegó a circular en redes, incluso, un audio de una llamada donde supuestamente el candidato Castillo descalificaba el papel de las candidatas, y expresaba despectivamente, que las mujeres estaban hechas para “cachar” (término peruano de connotación sexual), y no para ser presidentas.

Más allá del temor promovido contra Verónika por el supuesto cambio al modelo venezolano que representaría, nos debe llamar la atención el miedo y rechazo que se promovió a su agenda de derechos humanos que privilegiaba, entre otros temas, el enfoque de género, la inclusión, la igualdad, y el respeto a la diversidad, programa que parece no haber tenido mayor impacto entre los electores, ni en el sentir del 50.4 de las mujeres peruanas que conforman el Padrón Electoral.

Por su parte, el otro candidato de extrema izquierda, Pedro Castillo, azuzó los temores y advirtió de los posibles “daños” que pudiera tener este proyecto inclusivo en los valores tradicionales de la sociedad peruana. Promotor de la campaña « Con mis hijos no te metas », se pronunció abiertamente contra lo que él considera « un adoctrinamiento de género a sus hijos », pronunciándose en contra de una educación por la igualdad, y por supuesto, contra el aborto.

Sin duda estos planteamientos tuvieron eco en los distritos rurales y más pobres, tradicionalmente lidereados por hombres, lo que se reflejó en las urnas, y abrió el camino a este profesor y sindicalista, para superar con mucho, los votos de Verónika, y llegar a la segunda vuelta.

El “después” de esta primera vuelta

Este episodio electoral en Perú nos deja muchas lecciones. Una de las más importantes es lo lejos que aún están nuestras sociedades latinoamericanas de reconocer el liderazgo y capacidad de las mujeres en la política, a pesar que el marco normativo ya reconoce y tutela sus derechos político-electorales.

Lo segundo que, incluso llegando mujeres a estos niveles, como es el eventual caso de Keiko Fujimori, quien competirá contra Castillo en segunda vuelta, no se garantiza en modo alguno la defensa de los derechos de las mujeres ni de la diversidad. Keiko está ubicada en el espectro de la derecha populista, y es heredera del conservadurismo Fujimorista, por lo que la agenda de mujeres y disidencias no tiene cabida, y mucho menos prioridad, en su proyecto político.

No debe entonces sorprendernos el resultado electoral de la primera vuelta. La sociedad peruana debe hacerse cargo de los resultados y aceptar que, para una gran mayoría, la agenda de derechos es menos relevante que la económica. No sólo se trata de apuntalar las candidaturas de las mujeres, sino de blindarlas socialmente para salvar los obstáculos que les impida llegar al poder, como son la discriminación y el racismo estructural. Perú tiene una gran tarea por delante, ya que de acuerdo a una encuesta de Datum Internacional publicada en 2016, el 74% de la población considera que Perú es una sociedad machista.

A pesar de ello, nos debe congratular que, a más del 80% de las actas contabilizadas por la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), el 40% del parlamento estará integrado por mujeres como resultado de la ley de paridad y alternancia (Ley 31030) aprobada en Perú en 2020.

Estamos ciertos que persisten los retos para lograr la igualdad sustantiva, esa igualdad que minimice nuestras diferencias y exalte lo mucho que tenemos en común. La violencia que sigue presente en la vida de las mujeres desde lo doméstico hasta la política es una sola, únicamente se manifiesta distinto y debemos visibilizarlo. Cuanto más lo identifiquemos será más fácil erradicarlo. Nunca ha sido espontáneo pero, sin duda, vamos por el camino correcto.

Gabriela Vargas es politóloga y periodista, coautora del libro “Violencia política contra las mujeres: el precio de la paridad en México

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