De las griegas a las sufragistas: breve recorrido histórico por los derechos políticos de las mujeres

Hortensia, oradora romana y Las sufragistas

Hortensia, oradora romana y Las sufragistas

Por: Dhayana Carolina Fernández Matos

La participación de las mujeres en la vida política, su selección como candidatas y la posibilidad de ocupar un cargo de representación popular ha sido un camino lleno de obstáculos, barreras, suelos pegajosos, techos de cemento, laberintos, precipicios y techos de cristal.

En pleno siglo XXI y pese a los avances que se han dado en muchos aspectos de la vida humana, la presencia de las mujeres en los espacios políticos de toma de decisiones sigue marcada por la desigualdad y los estereotipos de género.

Todavía se sigue viendo el espacio de la política como un terreno de los hombres y aún dentro de las cualidades que se consideran importantes para el ejercicio del liderazgo político, se priorizan las que se consideran masculinas tales como la competitividad, la ambición, la racionalidad, la orientación hacia lo público y la toma de decisiones. Mientras que a las mujeres se les asocia con la sensibilidad, la fragilidad, los sentimientos, el cuidado de las otras personas y el ámbito de lo doméstico. ¡Como si estas no hubieran demostrado que son tan capaces como los hombres en los distintos ámbitos del accionar humano!

Se “naturalizan” tales cualidades, se invisibiliza el hecho de que se trata de estereotipos de género, entendiendo por tales los comportamientos y conductas que se esperan de hombres y de mujeres, de acuerdo a la manera en que social y culturalmente se construyen las identidades.

La exclusión histórica de las mujeres de los espacios políticos

Esta exclusión de las mujeres de la vida política es histórica, ya estaba presente en la antigüedad. Ni las romanas ni las griegas tenían derechos políticos y aunque tenían ciertos derechos vinculados con asuntos económicos (hablamos de las pertenecientes a las élites), no los podían gestionar directamente porque eran consideradas incapaces y estaban bajo la tutela de un hombre. No obstante, las mujeres nunca han dejado de levantar su voz.

En el año 42 a.C., el triunvirato conformado por Julio César Octaviano, Marco Emilio Lépido y Marco Antonio, asignó un impuesto a las mujeres más ricas de Roma para sufragar los gastos de la guerra, y estas, molestas por tal gravamen, nombraron a Hortensia para que hablara ante los tres líderes.

La osadía de las mujeres que se atrevieron a contravenir su autoridad, molestó a los gobernantes quienes, sin éxito, trataron de que las mujeres abandonaran la tribuna. Al día siguiente, se redujo el número de mujeres de 1400, como se pretendió en un primer momento, a solo 400 que seguían obligadas por el tributo.

Aunque esta pequeña conquista de las mujeres no implicó una presencia permanente en los espacios políticos-públicos, permite mostrar que no han sido figuras pasivas, sino que, por el contrario, han reaccionado frente a la posición de subordinación impuesta históricamente.

En la Edad Media también destacaron las voces de algunas mujeres que escribieron obras en las que cuestionaban la supuesta incapacidad o inferioridad de las mujeres.

Se puede mencionar a Christine de Pizan, autora de La Ciudad de las Damas, escrita en 1405, en donde argumenta, ante la supuesta incapacidad para pensar de las mujeres, que el problema está dado por la costumbre ya que, si se usara el mismo método para enseñar a niños y a niñas, estas últimas aprenderían de igual manera que los primeros. En su obra, Christine se adelanta varios siglos a los postulados de Poullain de la Barre, Mary Wollstonecraft, John Stuart Mill, entre otros, que consideraron la educación como herramienta clave para la emancipación.

En Francia, entre el siglo XVI y XVII, vivió Marie Le Gournay, quien publicó Escritos sobre la igualdad y en defensa de las mujeres. Como la mayoría de las pensadoras, fue invisibilizada durante un largo tiempo hasta su reconocimiento por parte del movimiento feminista. En su obra expresó una frase que todavía retumba el día de hoy por el fuerte cuestionamiento que hace a la supuesta superioridad de los hombres: “más de uno dice treinta tonterías y todavía triunfa, por su barba o por el orgullo de sus supuestas capacidades”.

Esta frase guarda vigencia hoy día ante quienes se oponen a los mecanismos para el avance de las mujeres en el ejercicio de los derechos políticos (las cuotas de género o la democracia paritaria) y argumentan que las mujeres se deben ganar esos puestos políticos; hablan de la “meritocracia” … ¡Como si todos los hombres que participan en la arena política lo hacen porque tienen méritos para ello! Y desconociendo las desigualdades en la partida, así como el conjunto de obstáculos que deben vencer las mujeres, vinculados con los roles y estereotipos de género que les asignan el espacio privado, de lo doméstico, como el ámbito “natural” de su accionar.

Es importante destacar que estas mujeres que escriben, piensan y argumentan en contra de la situación en que se encuentran, de la injusticia social a las que se ven sometidas, no van en contra del statu quo. Esto implica que su malestar no las hace cuestionar el orden establecido. La filósofa española Amelia Valcárcel denomina esta forma de actuar como memoriales de agravios, eran quejas, a diferencia de lo que viene después, el discurso de la vindicación; el cual se basa en los preceptos de la Ilustración: igualdad, universalidad de la ciudadanía, la razón como fuente de conocimiento, los cuales permiten construir un ideal programático de emancipación de las mujeres.

En este recorrido, cabe mencionar a Olympe de Gouges, autora francesa que escribe en 1791 la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, en donde incorpora a las mujeres en la categoría de ciudadanas y titulares de derecho.

Este texto es considerado el primer programa de vindicación de derechos políticos. Olympe de Gouges no incorpora ningún derecho nuevo, lo que hace es mostrar que el principio de igualdad obliga a reconocer la titularidad de los existentes también a las mujeres. En ese sentido, en el artículo VI de su declaración establece: “La ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas las ciudadanas y ciudadanos deben participar en su formación personalmente o por medio de sus representantes. (…) todas las ciudadanas y todos los ciudadanos, por ser iguales a sus ojos, deben ser igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según sus capacidades y sin más distinción que la de sus virtudes y sus talentos”.

La Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana generó rechazo por parte de la sociedad francesa del momento. En 1793, su autora fue guillotinada porque supuestamente iba en contra de los principios republicanos. No obstante, no se puede esconder que también fue juzgada por atreverse a señalar que las mujeres eran iguales a los hombres y que podían actuar en los espacios políticos. Esto puede ser constatado en el hecho de que el mismo año de su muerte, Robespierre prohibió los clubes políticos y las sociedades literarias de mujeres.

Los movimientos sufragistas

La obra de Olympe de Gouges fue en solitario; no se trató de la organización de un movimiento de mujeres, en este caso de corte liberal. Estos surgen en el siglo XIX, primero en Estados Unidos y luego se expanden por el resto del mundo. El sufragismo inglés es quizás uno de los más conocido por los métodos de protesta que usaron y que resultaron novedosos en su época.

Fue en julio de 1848 cuando en el pueblo de Seneca Falls se realizó por primera vez un foro público en el que se discutió la condición social, civil y religiosa de las mujeres. No hablaron únicamente del derecho al sufragio, por el contrario, abordaron distintas temáticas. Un elemento fundamental de la declaración es su referencia a la igualdad entre hombres y mujeres: “Que la mujer es igual al hombre -así lo pretendió el Creador- y que por el bien de la raza humana exige que sea reconocida como tal”. (Declaración de Seneca Falls, 1948).

En relación con el derecho al sufragio, estableció: “es deber de las mujeres de este país asegurarse el sagrado derecho del voto” (Declaración de Seneca Falls, 1948). Cabe destacar que en ese momento las mujeres estaban más interesadas en un conjunto de derechos civiles, sociales e incluso religiosos, que en los políticos. De las 12 decisiones que se aprobaron, la única que no consiguió la unanimidad fue la del sufragio.

Las mujeres en Estados Unidos tuvieron que esperar más de 70 años después de la reunión de Seneca Falls para que el Congreso de los Estados Unidos promulgara la Decimonovena Enmienda en la que se les reconocía el derecho al sufragio. De las participantes de 1848, solo quedaba viva una mujer que tenía menos de 20 años cuando se firmó la Declaración de Seneca Falls.

En el caso de las sufragistas inglesas, la negativa de distintos gobiernos británicos a reconocerles el derecho al voto, su invisibilización, la falta de reconocimiento de su capacidad de movilización y la manera en que actuaba la fuerza pública ante sus peticiones, generó –luego de décadas de lucha a través de los mecanismos institucionales existentes– que a principios del siglo XX, el movimiento se escindiera entre las que seguían apostando por la vía institucional las “sufragistas” o constitucionalistas y las “suffragettes”, conocidas también como radicales.

Las suffragettes hicieron un cuestionamiento a la sociedad patriarcal que superaba las visiones de las sufragistas liberales, que planteaban el problema en términos de falta de derechos, y de las socialistas, que lo hacían como un problema de clases sociales y del capitalismo. Para ellas, la sociedad ordenada por los hombres era la causa de la subordinación y la inferioridad en la que se encontraban las mujeres.

Fueron las sufraguettes las que desarrollaron prácticas de desobediencia civil y mecanismos de protestas novedosos para la época, hasta el punto de recibir elogios de Gandhi, quien en una de sus visitas a Inglaterra quedó sorprendido por sus estrategias de lucha.

Durante la I Guerra Mundial, tanto las “sufragistas” como las “sufraguettes” trabajaron a favor del gobierno británico durante la conflagración mundial. Al terminar esta, en 1918, como recompensa por la labor realizada durante el conflicto, se reconoció el derecho al sufragio a las mayores de 30 años y en 1928 el sufragio universal en condiciones de igualdad con los hombres.

En otras partes del mundo también se desarrollaron movimientos sufragistas. Las mujeres pensaban que el ejercicio del derecho al sufragio abriría un camino para su participación en los espacios políticos en igualdad de condiciones con los hombres. La realidad ha mostrado que este derecho no garantiza la pretendida igualdad y que falta mucho más.

En el caso de Venezuela, fue en el año 1946 cuando las mujeres ejercieron por primera vez el derecho al sufragio en las elecciones a la Asamblea Constituyente y donde por primera vez fueron electas algunas constituyentistas. Como en otras partes, este logro se debió a la lucha de las mujeres por el reconocimiento de derechos políticos.

Para mayor información sobre los movimientos sufragistas ver:

Fernández-Matos, Dhayana (2021). Los movimientos sufragistas. La lucha de las mujeres por sus derechos. En Delgado-Fernández, S. y Jiménez-Díaz, J. F. (Eds). Ideas políticas para un mundo en crisis. De la Ilustración al siglo XX. Granada: Editorial Comares. https://www.comares.com/libro/ideas-politicas-para-un-mundo-en-crisis_118541/

Para mayor información sobre los estereotipos de género en la política: https://asociacioncauce.org/blog/estereotipos-de-gnero-otra-piedra-de-tranca-para-las-mujeres-en-poltica

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